Quizá se puede empezar por decir
que es La Película. Algo mágico envuelve esa cinta. Hay películas
mas perfectas, no se discute, pero Casablanca es considerada de
forma casi unánime tanto por críticos, entendidos o cinéfilos de a
pie, como el filme imprescindible al hablar de la historia del
Séptimo Arte.
Está tocada desde el momento de
su estreno de un aura que no ha perdido con el tiempo. No está
ausente en ninguna de las famosas listas que cada cierto tiempo se
confeccionan. Ha sido alabada, estudiada, desmenuzada y estudiada
por directores y profesionales que han diseccionado cada plano, cada
fotograma, cada detalle de la iluminación, la banda sonora, el
decorado.
Ese aura de romanticismo que ha
trascendido de la propia película hace que carezcan de importancia
detalles como que el famoso bar no haya existido en Casablanca, ni
importan tanto los decorados.
El cine ha evolucionado, pero
esta es una cinta en estado puro, que refleja con sus claroscuros el
momento histórico que trataba de reflejar, como marco de las
historias humanas que se desenvuelven frenéticamente desde el primer
plano
Hay grandes actores, estrellas,
nombres inolvidables, pero Bogart es uno de los mitos por
excelencia, y Casablanca es el titulo que le llevó definitivamente a
esa dimensión
Richard Blaine/Bogart es el
héroe/antihéroe romántico por antonomasia. Su rictus amargo, su
gesto tanto para coger un cigarrillo, como su forma de beber por
matar el desamor han sido imitados de una u otra forma en todos los
momentos de la historia del cine, y eso por no hablar de su forma de
llevar la gabardina. Refugiado en Casablanca y regentando un bar
para ocultar su desencanto, contempla con escepticismo la realidad
de desesperación de los refugiados que le rodean, la codicia de los
traficantes de visados, el paso de los ejércitos. Solo la mirada
ambigua, entre el ansia y la impotencia con que contempla el
despegue del avión para Lisboa, hacen pensar desde un principio
en un abismo de
angustia.
Ilsa Lund/Ingrid Bergman, la
heroína romántica,
luminosa en cada aparición en escena, se debate entre el amor
y el deber, para
rendirse finalmente a aquel, pese a que fue el deber el que le hizo
abandonar a Borgart en un andén en una tarde lluviosa del Paris de
1940, cuando los alemanes ocupaban la capital francesa.
Arropados por un genial plantel
de secundarios, se suceden escenas que consiguen que el espectador
se involucre totalmente en el argumento, que llore con La Marsellesa, que se
conmueva por el llanto
desgarrado del borracho por desamor y que se le salten las lagrimas
con “El tiempo pasará”, porque ¿hay alguien que haya ido alguna vez
al cine que no haya oído esas notas unida a una de las frases mas
famosas de la historia del cine “tócala otra vez, Sam”, unidas a
otras que han pasado a la cultura cinematográfica de cualquier
aficionado medio, “los
alemanes iban de gris, tu de azul”, “ de todos los cafés del mundo
tenía que entrar en este” “si ella ha podido soportarlo, yo
también”, “ si ese avión sale y tu no vas con él, lo lamentarás, tal vez hoy
no, mañana tampoco, pero tarde o temprano sucedería”, “siempre nos
quedará Paris, lo habíamos perdido, hasta que tú llegaste a
Casablanca, pero anoche lo recuperamos” “ pero comprende que los
problemas de tres personas no importan en este enloquecido mundo”,
una exquisita muestra de cinismo recogida en tres frases: “¿dónde
estuviste anoche?: no me acuerdo, ¿te veré esta noche?: no hago
planes con tanta anticipación” y la mas conocida, dicha en la escena
final, con un Richard alejándose junto con el capitán Renaud sobre
una pista inundada de lluvia, desapareciendo entre la niebla, escena
incluida o aludida en otras muchas películas, “me parece que esto es
el principio de una hermosa amistad” (¿a quien le importa esa niebla
y esa lluvia torrencial en Casablanca?)
Película tan mítica, está
inevitablemente rodeada de todo tipo de leyendas, como la de los
actores en principio pensados para los personajes protagonistas,
pero eso ya no importa, no es posible cambiar los rostros, los
gestos de Bogart/Bergman, que han adornado a lo largo de los años
carpetas de estudiantes, paredes de habitaciones, decorados de bares
y restaurantes, que han puesto el rótulo del título al frente de sus
negocios, y sueños de
cineastas, decididos a encontrar esa fórmula de la película
perfecta, pero es imposible, porque mas que perfecta es mítica y
el mito no tiene explicación y mucho menos es factible que se pueda
repetir
Para conseguir todo esto no se
precisaba solo una pareja protagonista que traspasara la pantalla,
con lo excepcional que esto resulta, ni una banda sonora que se ha
seguido tarareando durante décadas, sino unas “muletas” que
realzaran el sacrificio del amor en aras de un bien superior que
hacen los protagonistas, y ahí está Paul Henreid, el marido de Ilsa, Victor Lazslo, el héroe por
excelencia, el líder de la resistencia, el hombre frío y
carismático, integro, que no puede evitar en ningún momento su
condición de líder, el hombre que consigue deslumbrar a una joven,
que se confundió creyendo que se había enamorado, y un genial Claude
Rains, cínico y amoral, que reconoce que se limita a inclinarse ante
la fuerza del viento, el superviviente nato, que sabe buscar la
sombra mas conveniente en cada momento, al mismo tiempo que
aprovecha en su propio beneficio la desesperación de los demás, así
como un breve papel de Peter Lorre, cobarde y abyecto,
aprovechándose de la desesperación de los refugiados.
A ellos se unen los empleados
del propio Rick: Sasha,
el camarero romántico, Karl, el contable, hombre para todo y
resistente encubierto,
Ivonne, la amante desesperada de Rick, y Sam, el pianista, el
único que conoce al protagonista, porque es el único que le ha visto
sufrir, desangrarse y amargarse con un amor perdido que ha ido a
enterrar en las arenas de Casablanca, todos ellos viviendo,
sufriendo, e incluso muriendo alrededor del bar de Rick, en un
universo que ha quedado congelado en el tiempo y la retina de varias
generaciones de espectadores, un mundo ya desaparecido de chaquetas
blancas y pajarita, de vestidos de lentejuelas, de sombreros y
guantes, de orquestas en vivo, la decadencia de una sociedad que
desconocía que iba a desaparecer, un universo plagado de un termino
ya muchas veces mencionado: desesperación del desamor, de la culpa,
de la imposibilidad de huida,
y solo en la ultima escena un atisbo de esperanza, la
salvación por medio del honor, de los principios y de una frágil
amistad, todo ello en un metraje ajustado, los diálogos medidos, sin
desperdicio, los planos, significativos todos ellos, y es que el
estado de gracia no se repite alegremente.
M.E.
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