A la hora de encuadrar esta película debería hacerse dentro del género
de la comedia romántica, pero no es una mas entre ellas, sino el
ejemplo por excelencia, porque aparte de los nombres importantes que
coincidieron en ella, hay algo difícil de definir,
quizá estado de gracia, que adorna a algunas cintas y las
separa de las demas
Blake Edwarks dirigió esta película, con un argumento basado en
la novela de Truman Capote Breakfast at Tiffany’s,
protagonizado por una pareja carismática, que dan carne y presencia a
dos perdedores y el tiempo oportunistas. Audrey Hepburn y George Peppard son Holly Golightly y Peter Barjak
Por azares del destino, o mas bien del guionista, Peter
llega a vivir en el edificio donde vive Holly,
y entablan rapidamente relación, y, como en toda comedia romántica,
después de descubrirse uno al otro se pierden hasta el final feliz
Pero debajo de la ropa de Givenchy que Audrey lleva con el
encanto y la elegancia que solo ella sabía llevar, de los diamantes,
las fiestas enloquecidas, y el pelo rubio y los ojos azules de Peppard
hay muchas mas cosas. Es el reflejo de una sociedad inocente y divertida
de principios de los años sesenta, donde bajo la diversión, la música,
el alcohol y los ruidos se encuentran, como en cualquier época, seres
solitarios, perdidos, como
la mujer elegante y sofisticada, venida de la América profunda Nueva
York y que ahora va de hombre en hombre, que, como poco, la dan 50 dólares
para ir al tocador. Claro que redondea sus ingresos con el pago por ir
una vez a la semana a la prisión de Sing Sing a ver a un dirigente de
la mafia, para que este le
dé el parte meteorológico
Por su parte, Peter quiere ser escritor, pero mientras escribe el
gran libro, está siendo mantenido por una mujer
mayor que él, rica, casada y aburrida, esperando su inspiración
junto a una maquina portátil sin cinta de escribir
En estas vidas desquiciadas,
solo hay un sitio seguro, donde nada malo puede ocurrir: Tiffany’s,
como si los terciopelos, las joyas y las vitrinas pudieran frenar la
vida real que trascurre fuera
Hace unas apariciones esporádicas un presunto bohemio, el
sufrido vecino de Holly, un muy caracterizado y casi irreconocible
Mickey Rooney, tambien tiene su par de apariciones un joven, aristocrático
y ahora difícil de reconocer, Jose Luis de Vilallonga, que solo aparece
en los títulos de crédito con el apellido.
Patricia Neal es la amante-pagadora del aprendiz de escritor y
Buddy Ebsen tiene un pequeño y tierno papel que nos descubre el origen,
la procedencia de Holly, huida de su casa, con su hermano a los 14 años,
casada, o comprada, por un buen hombre que tenía la pretensión
imposible de que una niña inculta, muerta de hambre y con la cabeza
llena de pájaros supiera manejar una casa
Por encima, debajo y alrededor de las luces y las sombras de cada
personaje, la música de Henry Mancini, una música que parece escrita
con la misión de concebir y creer Manhattan como un lugar acogedor,
lleno de sueños e ilusiones, contrastando las tiendas, los coches, los
rascacielos, con las calles estrechas y con árboles, sus entradas
empinadas y sus apartamentos, y hasta sus gatos sin nombre
Historias parecidas han trascurrido por las pantallas a lo largo
de la historia del cine en otras ocasiones, con la formula, repetida por
los entendidos en cine de chico encuentra a chica, chico pierde
chica, chico y chica viven felices, pero, como ya he dicho antes,
hay un aura, un toque de magia, de encanto, que rodea a esta historia,
quizá los ojos rasgados de Audrey Hepburn, su delgadez, que parece que
se va a quebrar, o la inocencia tocando la guitarra sentada en el
alfeizar de su ventana, su desamparo o su sofisticación en traje de
noche, quizá todo lo que contiene, o un toque, que coincide en todos
los elementos que se dieron la mano en un momento concreto y la rodearon
de un algo, especial e inconfundible, que pocas cintas desprenden
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